@Antonio Casado - 23/10/2007
Ayer hemos descubierto que el cambio climático en boca de Rajoy es un concepto tan discutido y discutible como el concepto de Nación en boca de Zapatero. Todo empieza a encajar. La memoria histórica es al abuelo de Zapatero lo que el cambio climático es al primo de Rajoy. Dos tardes necesitó Jordi Sevilla para enseñar economía al presidente y en dos tardes un catedrático de Física ha explicado a su primo, el líder del PP, que si no se puede predecir el tiempo que va a hacer mañana, ¿cómo se va a predecir el que va a hacer dentro de 300 años?
Las declaraciones de Rajoy sobre el cambio climático ya ocupan un lugar preferente en el escaparate de nuestra insufrible actualidad política, que es ocasional, mediática y palabrera. Los climas del debate doméstico, cada vez más barato, cambian con asombrosa fluidez. Pero no en función de hechos relevantes en sí mismos sino por la agitación, casi siempre interesada, de las palabras poco meditadas de un líder o unas declaraciones sacadas de contexto para convertirlas en el titular de la jornada.
El chaparrón descarga ahora sobre el presidente del PP por ser políticamente incorrecto, por quitarle presión al problema del cambio climático. "No podemos convertirlo en el gran problema mundial porque hay otros más importantes", dijo en Palma, unas horas antes de que el Rey lo situara junto al terrorismo como los dos principales desafíos de la cooperación internacional, y de que el ex vicepresidente de EE UU, Al Gore, nos advirtiera sobre el aumento del clima en España y presentase su famoso clarinazo global "Una verdad incómoda".
El cambio climático es una verdad tan incómoda como la pobreza que se multiplica donde acaba el perímetro del bienestar. La pobreza nos interpela al otro lado de esa frontera. Y, cada vez más, gracias a las pateras, desde este mismo lado. Pero los agitadores de nuestra democracia mediática y palabrera siempre encontrarán un "efecto Caldera" para cargarle el muerto, la avalancha y la interpelación.
Ahora los agitadores del otro lado han encontrado en Rajoy una víctima propiciatoria para desviar la atención sobre una verdad insoportable: España contamina casi tres veces más de lo que se puede permitir. Y esta incómoda verdad interpela tanto al Gobierno de Aznar como al de Zapatero, puesto que la llegada del PSOE al poder no ha invertido, sino todo lo contrario, el maridaje maldito entre crecimiento y contaminación. Aunque las cosas hubieran sido de otro modo, hubiera dado lo mismo porque a efectos globales España no es determinante en la lucha contra el cambio climático, ni para bien ni para mal.
De serlo, mejor para bien, claro, pero en todo caso no es como para poner a Rajoy de "ignorante", "irresponsable", "frívolo", entre otras dedicatorias de la ministra Narbona y la dirigente socialista, Elena Valenciano. También las asociaciones ecologistas se han mostrado escandalizadas por las declaraciones del presidente del PP, pero al menos éstas tienen la fuerza moral de su generosa lucha contra la contaminación y su acreditado compromiso con la causa del medio ambiente.
El chaparrón descarga ahora sobre el presidente del PP por ser políticamente incorrecto, por quitarle presión al problema del cambio climático. "No podemos convertirlo en el gran problema mundial porque hay otros más importantes", dijo en Palma, unas horas antes de que el Rey lo situara junto al terrorismo como los dos principales desafíos de la cooperación internacional, y de que el ex vicepresidente de EE UU, Al Gore, nos advirtiera sobre el aumento del clima en España y presentase su famoso clarinazo global "Una verdad incómoda".
El cambio climático es una verdad tan incómoda como la pobreza que se multiplica donde acaba el perímetro del bienestar. La pobreza nos interpela al otro lado de esa frontera. Y, cada vez más, gracias a las pateras, desde este mismo lado. Pero los agitadores de nuestra democracia mediática y palabrera siempre encontrarán un "efecto Caldera" para cargarle el muerto, la avalancha y la interpelación.
Ahora los agitadores del otro lado han encontrado en Rajoy una víctima propiciatoria para desviar la atención sobre una verdad insoportable: España contamina casi tres veces más de lo que se puede permitir. Y esta incómoda verdad interpela tanto al Gobierno de Aznar como al de Zapatero, puesto que la llegada del PSOE al poder no ha invertido, sino todo lo contrario, el maridaje maldito entre crecimiento y contaminación. Aunque las cosas hubieran sido de otro modo, hubiera dado lo mismo porque a efectos globales España no es determinante en la lucha contra el cambio climático, ni para bien ni para mal.
De serlo, mejor para bien, claro, pero en todo caso no es como para poner a Rajoy de "ignorante", "irresponsable", "frívolo", entre otras dedicatorias de la ministra Narbona y la dirigente socialista, Elena Valenciano. También las asociaciones ecologistas se han mostrado escandalizadas por las declaraciones del presidente del PP, pero al menos éstas tienen la fuerza moral de su generosa lucha contra la contaminación y su acreditado compromiso con la causa del medio ambiente.