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25/7/10

La esperanza es posible ante un universo finito


Los pronósticos científicos recientes acerca del destino del universo, más allá de diversos matices y versiones, exhiben un mayoritario consenso respecto de aguardar una muerte térmica de escala cósmica, esto es: una disolución final de la armonía física universal, y la ulterior permanencia de una materia carente de estructuras capaces de generar vida. La cosmología plantea aquí un genuino desafío a la escatología, ya que ésta proclama, antes bien, una plenitud de alcance universal, cuando acontezca la resurrección escatológica de los muertos. En efecto, el Magisterio de la Iglesia presenta a la Segunda Venida como un acontecimiento que, aunque es meta-histórico, tendrá lugar a la vez en la historia tanto de la humanidad como del universo material en su conjunto. Así pues, en esta situación, no resultarían indiferentes los posibles escenarios cósmicos en los que tal consumación habrá de tener lugar. He aquí una verdadera superposición de ámbitos que plantea un estimulante debate. El Papa Juan Pablo II es, probablemente, el primer Pontífice que percibió esta aparente paradoja, refiriéndose al tema en una famosa carta al Director del Observatorio Vaticano en 1988. Por Claudio Bollini.
La esperanza es posible ante un universo finito
Presentaremos, a modo de ejemplo disparador, una nota periodística aparecida en el diario La Nación”, cuyo sugestivo título reza “El destino del universo es disgregarse”, publicada el 6 de noviembre de 2007 y firmada por Nora Bär. Recogiendo las implicaciones de esta reciente noticia, reseñaremos muy sucintamente el estado actual de la cuestión del futuro del universo en la cosmología científica. A continuación, cotejaremos estos datos con el pensamiento de Juan Pablo II, a fin de resaltar su vigencia, en particular en una carta que este Pontífice envió al director del Observatorio Vaticano. Concluiremos con algunas reflexiones personales que procuraran discernir caminos que encuentren la armonía entre ciencia y fe en su interacción en esta desafiante cuestión.

En la precitada nota “El destino del universo es disgregarse”, la redactora reseña que, a partir de las investigaciones (iniciadas en 1995) sobre un cierto tipo de estrellas (supernovas) situadas en “los confines del universo visible”, se concluyó “que el destino del universo es disgregarse en el infinito. Es más, las mediciones de los investigadores indicaban que el cosmos se estaba expandiendo a una velocidad cada vez mayor impulsado por una fuerza oscura que contrarresta la gravedad y surge de la nada”.

“Básicamente, los resultados de nuestras observaciones indican que el universo se expande hoy más rápido que en la época en que nació el sistema solar, y que los objetos se alejan a una velocidad proporcional a su distancia; es decir, que cuanto más lejos están, más rápido se alejan”, explica el argentino Alejandro Clocchiatti, miembro de uno de los grupos de investigación (High Z Supernova Search Team). Así pues, los científicos se encontraron con una sorpresa: “El universo no se desacelera ni mucho ni poco... sino que se acelera”.

“Llegará un momento”, prosigue Clocchiatti, “en que la velocidad de los objetos muy alejados se acercará a la velocidad de la luz. Sólo quedarán dentro de nuestro universo visible los objetos que están ligados a nosotros gravitatoriamente, nuestro vecindario cósmico”. Pero podría suceder algo aún peor: más allá de un escenario de “islas” aisladas en el espacio, esta aceleración cósmica disgregase “incluso el sistema solar y la Tierra misma”.

Ahondemos brevemente en esta referencia periodística.
Entropía y evolución del universo

Examinando los datos de la cosmología científica comprobamos, por un lado, que el universo se nos manifiesta como fértil: abierto, evolutivo y lleno de posibilidades para el desarrollo de la vida, con su proliferación de fuentes de energía. En efecto, dentro de su radio observable de unos 14.000 millones de años-luz, contiene unas 100.000 millones de galaxias (entre ellas, nuestra “Vía Láctea”), cada una de las cuales tiene a su vez unas 100.000 millones de estrellas. Cada una de estas innumerables estrellas constituye en sí misma la unidad generadora de energía por excelencia.

Simultáneamente, existe un proceso físico cuyo accionar parecería contradecir este panorama de universal fertilidad: Los cosmólogos pronostican una muerte térmica universal, a saber, el colapso de sus estructuras sustentadoras y generadoras de vida (tales como estrellas y galaxias), que culmina con la disgregación de las mismas unidades elementales de la materia estructurada (protones). Este oscuro escenario surge de la insidiosa acción de una fuerza llamada entropía (del griego “transformación”).

En el año 1865, Rudolf Clausius (†1888) formuló su famosa “Segunda Ley de la Termodinámica”. En su forma más sencilla, esta Ley afirma básicamente que el calor fluye desde una zona de mayor temperatura (o de mayor agitación energética) hacia una de menor temperatura. Dado que el flujo calórico es unidireccional, el proceso es irreversible en el tiempo. Como consecuencia, la entropía de todo sistema aislado crece, hasta que acontece por fin un equilibrio termodinámico, en el que las moléculas se encuentran distribuidas homogéneamente y tienen una temperatura uniforme.

Se dice que entonces el sistema alcanzó su máximo desorden, pues ya no existen estructuras organizadas sino una uniformidad indiferenciada. Analógicamente, resultan más ordenados unos libros clasificados alfabéticamente en una biblioteca que desparramados por el suelo.

Ahora bien, si el universo como conjunto se considera como un sistema cerrado (no existe nada fuera de él) entonces la 2ª Ley predice que la entropía global del universo siempre crece. Este movimiento implica una creciente tendencia al caos y la muerte: Sucede que, como consecuencia inevitable, el universo se verá finalmente desprovisto de su capacidad de generar energía, al no poder intercambiar trabajo entre fuentes de diferentes temperaturas; en ese momento, se convertiría en un lugar muerto y estéril. A este estado se lo conoce como la “muerte térmica del universo”.

Es cierto que además de la flecha entrópica es menester admitir otro proceso de sentido opuesto: la dirección del orden creciente del universo (o “neg-entropía”). Luego del “Big Bang” inicial, fueron plasmándose sucesivamente entes como quarks, átomos, moléculas, galaxias, estrellas, y, posteriormente, las encumbradas realidades de la vida y la conciencia. Han surgido, pues, sistemas progresivamente organizados. Sin embargo, el mantenimiento de estas estructuras vitales genera, a la par, entropía. Así pues, la entropía total del universo crecería aun cuando decreciera la entropía de un sistema en particular. (Volviendo a la analogía de los libros: mientras que existen una infinidad de modos de desparramar una colección de libros por el suelo en desorden, hay uno sólo en el que quedan ordenados alfabéticamente, y, por eso, es necesario invertir en esta tarea mayor trabajo e información).

En conclusión: La flecha de la entropía crece, mientras que la flecha de creciente organización, yendo a contracorriente, desaparece gradualmente.
Entropía y destino del cosmos

La progresiva e inexorable victoria de la entropía sobre la neg-entropía determina la evolución futura de las fuentes generadoras de vida, y, con ésta, el destino de la vida misma. Las estrellas, como principales unidades generadoras de energía, son las directas responsables de las manifestaciones vitales que conocemos. Su tiempo promedio de vida “fértil” oscila entre 10.000 y 15.000 millones de años. Durante esta etapa, las estrellas viven gracias a un sutil equilibrio entre la expansión, causada por la fuerza termonuclear que surge de la transformación del Hidrógeno (H) en Helio (He), y la contracción, producida por la fuerza gravitatoria. Cuando por fin se agote el H por haberse transformado totalmente en He, su temperatura superficial descenderá lentamente, y en su interior comenzará una nueva fusión nuclear (esta vez a partir del He residual de la etapa anterior), que hará que la temperatura interna aumente paralelamente.

La estrella romperá, al cabo, su equilibrio interno; el incremento de las tensiones superficiales ya no podrá ser contenido por la gravedad, y la estrella aumentará considerablemente de tamaño, mientras que su temperatura superficial descenderá, y su cuerpo virará al rojo. El desenlace final de la vida de la estrella dependerá decisivamente de su masa inicial: Puede terminar tanto pacíficamente, en un cuerpo opaco, de ínfima radiación, llamado “enana marrón” (tal será el caso de nuestro sol), como violentamente, en una explosión de supernova.

Las galaxias, en cuyo seno se producen las estrellas, también encontrarán un similar término. Su declinación comenzará dentro de 10.000 millones de años, cuando la mayor parte de las estrellas que hoy contemplamos haya desaparecido. Si bien, surgirán otras nuevas que ocuparán su lugar (en virtud de la contracción de las nubes de gas acumulados en sus brazos espirales), esta materia, al cabo, se agotará. Conforme vayan apartándose unas de otras, las galaxias consumirán todas sus reservas de gas para formar nuevas estrellas, y las antiguas se apagarán y morirán.

Finalmente, llegará el colapso de todas las estrellas en el interior de cada galaxia, dentro de unos 1.000 billones de años. Conforme el universo se expanda, estas menguantes galaxias irán diluyéndose gradualmente, apagándose y extinguiéndose.
En un futuro inconcebiblemente lejano, toda la materia organizada terminará finalmente por desaparecer: Los protones terminarán por decaer o desintegrarse (según las estimaciones más frecuentes, dentro de unos 10 elevado a 37 años), transformándose en un mar inconcebiblemente tenue de partículas disgregadas: fotones, neutrinos, y un número menguante de electrones y positrones, cada vez más alejados unos de otros. Éste sería el último y definitivo acto del cosmos.
La expansión acelerada del cosmos

Hasta hace unos pocos años los cosmólogos suponían que, por lógica consecuencia de la fuerza de gravedad (que actúa como freno a la velocidad de alejamiento de las galaxias), la tasa de expansión del universo se hallaba en constante disminución a partir del “Big Bang” que le dio nacimiento. Por eso, se creía que la cuestión de su destino dependía en gran medida de su cantidad total de materia (es decir, si la velocidad de expansión de las galaxias sería suficientemente rápida como para igualar o vencer la fuerza gravitatoria de la masa total existente). Desde hace ya décadas, los cosmólogos habían ya coincidido mayoritariamente en que el destino más probable era el de expansión indefinida.

Gracias al nuevo descubrimiento referido ya en la nota periodística inicial, este escenario pronosticado, lejos de verse refutado, se manifestaba más cierto y próximo de lo que se había supuesto inicialmente: Los astrónomos advirtieron no sólo que el universo se expandirá para siempre, sino que lo hará a velocidades siempre crecientes. Esto aceleraría aún más su proceso entrópico, aunque la incidencia en el acortamiento de los plazos previstos es aún por demás incierta.

Este aceleramiento se generaría gracias a la llamada “energía del vacío” o “energía oscura” que surge en el nivel cuántico de un espacio aparentemente vacío. En la medida en que el universo se expande, la materia se hace menos densa y la gravitación decrece; así, esta fuerza de repulsión cósmica termina por dominar, causando, en vez de la esperada desaceleración, una aceleración en la velocidad de la expansión. La energía oscura ha venido a constituir, pues, una contrafuerza de la atracción gravitatoria de la materia total existente en el cosmos (sea visible u oscura); aliada al impulso inicial del Big Bang, esta energía ganaría, al cabo, la partida.

Una teoría aún más reciente, conocida como “Big Rip”, asegura que si el universo contuviese suficiente energía oscura, la final consecuencia de su continuo accionar podría comportar no ya un alejamiento acelerado entre galaxias o estrellas, sino un desgarramiento (“rip”) liso y llano de toda la materia, que quedaría convertida en un mar de partículas subatómicas. Asimismo, esta aniquilación cósmica acontecería en un plazo mucho menor que el de las predicciones ya citadas: este estado último se alcanzaría “sólo” dentro de unos 20.000 millones de años (ver el artículo de 2003 en donde R. Caldwell, M. Kamionkowski y N. Weinberg propusieron por vez primera esta teoría: “Phantom Energy and Cosmic Doomsday”).

Más allá de las diversas hipótesis que están siendo elaboradas, las investigaciones actuales a partir de los datos recabados tienden a confirman la inevitable degradación de toda estructura cósmica, y, con ella, la imposibilidad de permanencia de la organización, la vida y la conciencia. Advendría de manera inevitable el “final” del universo; esto es, un hito luego del cual no cabe esperar ulteriores eventos físicos. No sería inadecuado calificar a este panorama, donde ningún suceso significativo alterará ya esa árida esterilidad, de “muerte eterna”.


La esperanza es posible ante un universo finito
La esperanza escatológica de Juan Pablo II

Vistas las consecuencias aparentemente inexorables y devastadoras del accionar de la entropía, ¿resulta aún posible esperar desde la fe una consumación definitiva del cosmos y sus creaturas? A menos que se reduzca la fe a un asunto a-histórico entre el individuo y Dios, o que se adopte la actitud de indiferencia de quien no cree concerniente para la fe los pronósticos de la cosmología, no podrá eludirse esta pregunta.

Juan Pablo II (†2005) ha sido, sin duda, uno de los Pontífices que más ha valorado la ciencia, incluyendo sus investigaciones, sus logros y límites, y sus relaciones con la fe. Asumiendo las enseñanzas del Concilio Vaticano II (véase, por ejemplo, el “Mensaje a los hombres del pensamiento y la Ciencia” (8/12/1965) o la Constitución Pastoral “Gaudium et spes”, n. 36), este Papa hizo de la búsqueda de una armonía entre ciencia y fe un tema especialmente predilecto. Las ocasiones en que Juan Pablo II se ha dirigido a científicos en discursos con ocasión de congresos y simposios se cuentan por decenas (unos pocos ejemplos relevantes: “Discurso a la Pontificia Academia de las Ciencias con motivo de la conmemoración del nacimiento de Albert Einstein”, 10/11/1979; “Locución a un grupo internacional de científicos participantes de la Reunión Marcel Grossman sobre Astrofísica Relativista”, 21/6/1985; “Discurso a los participantes de la conferencia ‘Las Fronteras de la Cosmología’” 6/7/1985; “Discurso con ocasión del Jubileo de los científicos”, 25/5/2000; etc.) .

A lo largo de sus numerosos años de pontificado, Juan Pablo II expresó repetida y enfáticamente su aprecio por la actividad científica: Si ésta respeta la dignidad del hombre y pone el mundo a su servicio, goza de plena libertad para indagar la verdad que le es específica a su disciplina, y es acorde a la voluntad divina. En definitiva, el universo es bueno en sí mismo al ser fruto de un gesto gratuito y amoroso del Creador, y posee por ende una verdad íntima que ha de ser explorada y descubierta. “Estos logros científicos proclaman la dignidad del ser humano y aclaran grandemente el rol singular del hombre en el universo” (Juan Pablo II, “Locución a un grupo internacional de científicos participantes de la Reunión Marcel Grossman sobre Astrofísica Relativista”, 21/6/1985).

Hacia el final de su papado, Juan Pablo II enfatizó su deseo de corregir mutuos malentendidos y, “más aún, de dejarnos iluminar por la única Verdad que gobierna el mundo”. En este sentido, verdad científica es “en sí misma una participación en la Verdad divina” (“Discurso a los miembros de la Academia Pontificia de las Ciencias con ocasión del cuarto centenario de la fundación de esta institución”, 10/11/2003).

Ahora bien, queremos poner de relieve una original reflexión de este Pontífice en su carta al Director del Observatorio Vaticano, P. George Coyne, el 1 de junio de 1988, luego una semana de estudio organizada por el Observatorio Vaticano, con ocasión del tricentenario de la publicación de la “Philosophiae Naturalis Principia Mathematica” de Isaac Newton.

Según el mismo Pontífice relata en esta carta, el encuentro tuvo por propósito “la investigación de “las múltiples relaciones entre la teología, la filosofía y las ciencias naturales” (§ 2). Destaca que se ha entablado el diálogo entre ciencia y religión “a niveles más profundos que antes, y con mayor apertura hacia los puntos de vista de una y otra; hemos comenzado a buscar juntos una comprensión más completa de las disciplinas de una y otra [...] y en especial de las áreas que ambas tienen en común” (§ 9), conservando a la vez tanto la religión como la ciencia “su autonomía y su peculiaridad” [§ 19].

Así pues, este Papa tenía la firme convicción de la importancia de la tarea de procurar hallar un puente entre las perspectivas de la ciencia y de la fe, que permitiera armonizar ambas riveras. ¿Cómo abordar, entonces, el desafío de la cosmología a la escatología cristiana al que nos hemos referido? ¿Puede sostenerse la esperanza cristiana ante el escenario futuro que el accionar de la entropía vaticina? En efecto, Juan Pablo II se pregunta aquí por “las implicaciones escatológicas de la cosmología contemporánea, atendiendo en especial al inmenso futuro de nuestro universo” (§ 24).

Ante la cuestión abierta, así proclama él su esperanza escatológica: Es menester partir de la certeza de la existencia de una unidad de todo en Cristo, “que actúa y está presente en nuestra vida cotidiana”. Es precisamente esta convicción la que “trae consigo la esperanza y la garantía de que la frágil bondad, belleza y vida que contemplamos en el universo se encaminan hacia una perfección y plenificación que 
no serán aplastadas por las fuerzas de la disolución y la muerte” (§ 10. Las cursivas son nuestras).

Nunca texto magisterial alguno se había pronunciado tan explícitamente sobre la esperanza paulina en la redención cósmica (ver, por ejemplo, Romanos 8,20-22 o Colosenses 1,15-20), teniendo en mente el panorama que nos brinda la cosmología científica.

Continúa Juan Pablo II: Percibimos esta unidad en la creación desde la convicción de “nuestra fe en Jesucristo como Señor del universo”, unidad de cuya exploración la misma física contemporánea “constituye un notable ejemplo”, en su búsqueda de la unificación de las cuatro fuerzas físicas fundamentales”, en un movimiento hacia la convergencia en la comprensión del mundo [§ 13], movimiento de convergencia que se extiende aun a las manifestaciones de la misma vida [§ 14].

En última instancia, mediante esta tendencia hacia la unidad en nuestra peregrinación en la historia, “nos encaminamos el cumplimiento escatológico, cuando en el Espíritu él reconcilie totalmente con el Padre «lo que hay en la tierra y en los cielos»” (Col 1, 20) (Catequesis general del 21/6/1999, n. 5). Cristo es el vencedor sobre toda fuerza destructiva, y su victoria nos hará participar “en la nueva creación, la cual consistirá en una vuelta definitiva de todo a Aquel del que todo procede” (Catequesis general del 26/5/1999, n. 5).
Algunas breves reflexiones finales

Acabamos de atestiguar la esperanza de Juan Pablo II en una intervención final divina que rescate al cosmos de su destino de muerte entrópica. Ahora bien, más allá de esta confiada confesión, ¿podemos esbozar desde la fe una propuesta que supere la paradoja entre el pronóstico científico de muerte y la esperanza cristiana de plenitud del cosmos?

Consideramos que esta incongruencia es sólo aparente. La contradicción entre la capacidad creativa del universo y los pronósticos cosmológicos de caducidad podría resolverse si se considera que, librado éste a sus propias leyes naturales, resultaría, en última instancia, incapaz de permanecer en un estado de indefinida producción de estructuras generadoras de vida.

Desde esta perspectiva, la 2ª Ley de la Termodinámica pierde su connotación de temida fuerza disgregadora, y se transfigura en manifestación cosmológica de la contingencia ontológica del ser creado. Así como la neg-entropía nos muestra la relativa autonomía y el profundo potencial del cosmos, la entropía remite a la imposibilidad de pensarlo como autosuficiente.

Podemos postular al estado actual del universo como una fase germinal para una nueva condición escatológica, que sólo Dios podrá dar nacimiento con un puro don sobrenatural; caso contrario, (tal como la ciencia nos señala) culminaría en la universal esterilidad física. Dios impedirá que su creación caiga en una extinción de sus leyes físicas y en la aniquilación irreversible de sus fuentes cósmicas de energía, con la subsiguiente imposibilidad de supervivencia de cualquier forma de vida.

En cuanto a la futura situación histórica del hombre, inmediatamente previa a esta consumación cósmica, esperamos una Venida del Señor que, siendo en sí misma trans-histórica, advendrá a y en la historia humana. Así pues, parece entonces acorde con tal esperanza sostener que persistirá alguna configuración de esta humanidad (entendida como la comunidad de seres corpóreo-espirituales descendientes de la presente historia remida por Jesucristo) peregrinando en esa misma historia de la salvación divina cuando advenga la consumación cósmica.

En esta Parusía el universo será asumido y rescatado por el Señor en la totalidad de su duración creada; entonces, finalmente, el tiempo no medirá ya la degradación entrópica, sino la plenitud inagotable de la presencia divina en su creación. 



Claudio Bollini es Doctor en Teología por la Universidad Católica Argentina. 


Referencias fundamentales

General

Bollini, C., “Evolución del cosmos: ¿Aniquilación o plenitud?”, 2009, Editorial Epifanía.

Bollini, C., El final del universo y la esperanza de “cielos nuevos y tierra nueva

Russell, R. Eschatology and Scientific Cosmology cesch-body.html.


La cuestión del destino del universo en la cosmología actual


Livio, M., The accelerating universe, New York, 2000.

Gangui, A., El Big Bang. La génesis del cosmos actual, Buenos Aires, 2005.

Perlmutter, S., Supernovae, Dark Energy, and the Accelerating Universe.

Hernández, P., Supernovas de tipo Ia y aceleración del univers


Juan Pablo II y la ciencia


Papanicolau, J., Religión y Ciencia en el pensamiento de Juan Pablo II” (Revista Teología 82, 2003/2)

Para la lista de discursos de Juan Pablo II.

Para el texto de la carta de Juan Pablo II al Rev. Coyne
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Malaspina: Una odisea enterrada por un borbón



Aniversario. El CSIC revive la epopeya del marino, muerto hace dos siglos

MANUEL ANSEDE MADRID 25/07/2010 08:20 Actualizado: 25/07/2010 12:40Un dibujo de la época de las corbetas 'Descubierta' y 'Atrevida', en una isla filipina.

Un dibujo de la época de las corbetas 'Descubierta' y 'Atrevida', en una isla filipina.

Dos semanas antes, el pueblo de París, tras tomar la fortaleza de la Bastilla, había cortado la cabeza al preboste de los mercaderes de la ciudad, Jacques de Flesselles, una especie de alcalde, y la había paseado clavada en una pica por las calles de la capital gala. Acababa de estallar la Revolución Francesa y con ella la reivindicación de un Estado de derecho a través del paseíllo por la guillotina de Luis XVI y el resto de la carcunda del Antiguo Régimen. En este contexto internacional, el jueves 30 de julio de 1789, zarparon del puerto de Cádiz las corbetasDescubierta y Atrevida con una insólita tripulación compuesta por buscavidas, militares, naturalistas, pintores, astrónomos y cartógrafos. Eran dos ciudades flotantes, habitadas por gente del norte porque los oficiales temían que los andaluces, más flojos y alegres, a su juicio, desertaran a la primera de cambio.
El jefe de la expedición, el capitán de fragata Alejandro Malaspina (Mulazzo, 1754-Pontremoli, 1810), se había propuesto completar la vuelta al mundo para "dar una idea más completa del globo en general y del hombre que lo habita". Era la mayor aventura científica de la historia de España. Hoy ignorada fuera de los despachos de los estudiosos, la conocida como expedición Malaspina tuvo todos los ingredientes de una buena novela: aventura, hambre, espionaje, intrigas, destierros, muertes, ideales y, finalmente, tras cinco años de viaje por América, Asia y Oceanía, el olvido.
La ciencia española se ha propuesto rescatar este año, dos siglos después de la muerte de Malaspina, la gran aventura de la Ilustración. El próximo mes de noviembre, el buqueHespérides abandonará Cádiz cargado de científicos con el mismo propósito que el marinero de origen italiano: circunnavegar el globo para estudiar la biodiversidad del planeta.
La nueva expedición, coordinada por el CSIC, será similar a la original, pero sin la épica del siglo XVIII. Frente a la imagen actual de un marinero de la Armada dando cuenta de un jamón serrano en las bodegas del Hespérides, tomada hace unas semanas durante los preparativos del viaje, chocan las penurias de la tripulación de Malaspina. Pocos días después de zarpar de Cádiz, la marinería descubrió una especie de oruga nunca vista en las reservas de pan. Los oficiales, tras comprobar que no eran tóxicas, dieron la orden de comer pan con orugas. Buena parte de los 51 días que tardaron en llegar a América pasaron entre náuseas y arcadas.

Ciencia y reales de plata

Todo había empezado el 10 de septiembre de 1788, cuando Malaspina hizo llegar al rey Carlos III un puñado de folios con un programa destinado al análisis político de los territorios de ultramar para reformar de manera radical el modelo colonial español, como explica el investigador del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC, Andrés Galera, responsable de revisar el legado de Malaspina en la reedición de su expedición. Carlos III, el rey narigón que expulsó a los jesuitas, incrustó la ciencia en las universidades españolas y se volcó en la construcción de hospitales y hospicios, siempre desde el despotismo, dijo que sí. Tres meses después, estiró la pata.
A su regreso, Malaspina se encontró con un Borbón muy diferente en el trono. Cuando llegó con su discurso revolucionario, contrario al "sistema de conquistas lejanas y de ultramar, sistema que ha acarreado consigo la multiplicación del lujo y ha confundido todos los codigos de gobierno en el solo código mercantil", Carlos IV casi le corta la cabeza.
Pero eso fue a su regreso a España. Cuando las corbetas zarparon en 1789, con unas tres decenas de cañones y el mejor instrumental científico de la época a bordo, la Corona confiaba en Malaspina. "La monarquía acudía a la ciencia para remediar su desastrosa economía y no para gastar dinero", matiza Galera. Ciencia y política, en el siglo XVIII, eran inseparables. "Entonces, como ocurre este año con la expedición que saldrá en noviembre, la Corona atravesaba una crisis económica", subraya. El trono enviaba científicos a dar la vuelta al mundo, a cambio de que volvieran con algo convertible en reales de plata.
En cierto modo, las corbetas Atrevida y Descubierta eran como los aviones espía del ejército de EEUU que hoy reconocen Afganistán. Una de las grandes misiones de Malaspina era encontrar el paso apócrifo de Ferrer Maldonado, que supuestamente comunicaba el Pacífico y el Atlántico en la costa noroeste de América. La Corona soñaba con dominarlo y controlar el tráfico naval. Millones y millones de reales de plata estaban en juego. Pero el canal no existía, como comprobó con estupor Malaspina.
No fue la única empresa política de la expedición. En medio del secreto, los dos barcos cartografiaron la costa de la actual Alaska, dominada por el Imperio Ruso, con el objetivo final de hacerse un hueco en el esplendoroso comercio peletero. El rey Carlos III, incluso, rechazó el fichaje de uno de los mejores naturalistas de la época, el alemán Karl Christian Gmelin, porque temía que fuera un espía ruso.
Y la monarquía encargó una tercera misión estratégica a los expedicionarios. Las embarcaciones también atracaron en la región minera de Coquimbo, en el actual Chile, visitada dos siglos antes por el pirata inglés Francis Drake. La zona era conocida por sus reservas de oro, plata y cobre, pero la Corona no buscaba esos metales preciosos. Quería mercurio, fundamental para amalgamar la plata y entonces una brutal carga económica para el país. En Coquimbo había mercurio suficiente para cesar las costosísimas importaciones desde Alemania.
Galera, sin embargo, destaca el botín científico de la expedición. Pocos meses antes de volver a España, Malaspina confesaba en su diario que estaba deseando "concluir una empresa de la que debería estar, y realmente estoy, hastiado". En sus bodegas, las corbetas guardaban un herbario de casi 16.000 ejemplares, manuscritos con descripciones de más de 500 especies animales de América y Filipinas, una colección de fósiles y una impresionante cartografía. Pero España no aprovechó nada.

El Sultán sordo

Malaspina llegó ante Carlos IV con su discurso revolucionario. En cada parada había sufrido deserciones. Se vio obligado a reclutar vagabundos. Había visto la miseria de la población en las colonias españolas. Y propuso una "regeneración de la monarquía" en un momento en el que las intrigas y el servilismo palaciego sustituían al despotismo ilustrado. "Malaspina apoyaba la independencia de los territorios de ultramar. Era un liberal. Estaba a favor de la libertad individual y del comercio. Y prefería mantener vínculos económicos y religiosos, no políticos, con los enclaves españoles", argumenta Galera. La receta del capitán era la misma que la de los revolucionarios franceses que estaban guillotinando nobles, pero respetando a la Iglesia y al rey. Libertad, igualdad y Dios.
En seguida, el primer ministro de Carlos IV, Manuel Godoy, choca con Malaspina. "Todo parecía estar a mi favor; me encontraba vinculado a todo lo que de más virtuoso y más sabio hay en este país; se estaba infinitamente dispuesto a escucharme; yo estaba, en fin, seguro de la rectitud de mi corazón y su completa entrega al bien general, sin egoísmos y sin prejuicios; pero es tan difícil ser recibido por el Sultán; todo lo que le rodea está sumido en la confusión y el no hacer nada, que es imposible hacerse oír y poder actuar", dejó escrito el marino. El Sultán era Godoy.
El primer ministro, de 28 años, convocó al Consejo de Estado de manera urgente para acusar a Malaspina de revolucionario y conspirador. El impulsor de la mayor aventura de la ciencia española fue expulsado de la Armada y condenado a 10 años de prisión en el castillo de San Antón, en A Coruña. En 1803, le cambiaron la cárcel por el destierro a Italia, donde moriría siete años más tarde, solo, pobre y olvidado.
El legado científico de la expedición acabó desperdigado en almacenes o fuera de España. El francés Louis Née, el único botánico que volvió en las corbetas, intentó vender por su cuenta el herbario, pero fracasó. La British Library sí compró la valiosa cartografía, y allí sigue. En España, el tesoro de Malaspina, guardado e ignorado durante más de dos siglos en el Real Jardín Botánico de Madrid, el Museo Nacional de Ciencias Naturales y el Museo Naval, se ha comenzado a abrir en los últimos años.
"Cuando defenestraron a Malaspina, se tiraron por la borda cinco años de trabajo científico", dice Galera. Las especies descubiertas por la expedición se guardaron y tuvieron que ser redescubiertas en el siglo XIX. La pregunta del capitán de fragata, "¿cómo se puede gobernar América sin conocerla?", quedó sin respuesta.
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23/7/10

El origen del lenguaje (REDES 435)




Para que el lenguaje se desarrollara, probablemente hizo falta un gen. Pero siendo importante, no fue lo esencial. Como dice Knight, no cabe duda de que nuestra capacidad lingüística es innata. Sin embargo, el antropólogo asegura que, para que se desarrolle, debe haber un contexto que permita expresar ese instinto. Un niño que se haya criado sin amor, con exceso de ansiedad y aislamiento social puede padecer graves deterioros en el desarrollo del instinto lingüístico. De la misma manera que un gatito necesita ver cosas cuando desarrolla los ojos, un bebé necesita jugar con su madre, necesita reír, sentirse querido y sentir que alguien le escucha para que se desarrolle el instinto del lenguaje.
Lo que propone Chris Night es que el acontecimiento extraordinario en los albores de la vida humana que dio lugar al lenguaje no fue una mutación genética sino una revolución social. Pero, como dice Eduard Punset, nuestras sociedades actuales pueden “perder el tacto, la delicadeza, el ánimo de salvar las apariencias, el respeto mutuo, el imperio de la ley basada en el consentimiento colectivo, sin perder la capacidad de hablar. Estamos refiriéndonos al origen del lenguaje. Otra cosa es el debate sobre sus propósitos variados.” 
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7/7/10

La educación es un fraude



Hace algún tiempo escribí aquí un post con el título: Innovación + Educación = Sé tú mismo. Allí decíamos: "La sociedad no está construida para que cada uno de nosotros cumplamos nuestros sueños. El primer mal es la educación, que nos uniformiza, nos estandariza, nos mete a todos en el mismo saco". Y recogíamos las palabras de Seth Godin: "Dirigimos nuestras escuelas como fábricas: colocamos a los niños en filas, los ponemos por lotes (llamados cursos) y nos esforzamos en asegurarnos de que no salen piezas defectuosas. No dejamos que nadie destaque, se quede atrás, vaya adelantado o arme jaleo. Ir a lo seguro, jugar según las reglas, parece ser el mejor modo de evitar el fracaso. Y en la escuela, es posible que sea cierto. Pero estas reglas se convierten en un patrón para la mayoría de la gente y este patrón es muy peligroso. Porque éstas son las reglas que, al final, llevan al fracaso".

En el post citado hacíamos referencia al Presidente de Socratic Arts, Roger C. Shanck, quien en una ocasión decía: 
"Los colegios no deberían existir". Frase contundente donde las haya. El otro día escuchaba a Claudio Naranjo, Psiquatra y especialista en Desarrollo Humano, quien concluía algo semejante: "La educación es un fraude".

Sinceramente creo, como decía un pensador, que "el futuro está en manos de la juventud pero la juventud está en manos de quien la forme". Creo que es la inversión más rentable para un país, la primera y la más necesaria, aunque nos queda mucho camino por recorrer.

Dejo un "mano a mano" entre Punset y Naranjo sobre la Educación (
vídeo 1 y vídeo 2: 20 minutos):

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1/7/10

Un fósil revoluciona el origen de la vida compleja

Las células se asociaron 1.500 millones de años antes de lo pensado  

PUBLICO

MANUEL ANSEDE MADRID 01/07/2010 08:30 Actualizado: 01/07/2010 18:56



Uno de los fósiles encontrados en el yacimiento de Gabón.CNRS Photothèque / Kaksonen

En algún momento de la historia del planeta, los primeros organismos vivos, unos vulgares microbios de una sola célula, se decidieron a cooperar y a unirse formando estructuras cada vez más complejas que, tras cientos de millones de años de evolución, acabaron desembocando en lo que usted tiene en la cabeza: un equipo perfecto compuesto por 100.000 millones de neuronas capaces de componer una canción, memorizar la lista de los reyes godos o criticar con rigor al Gobierno.
Hasta ahora, se pensaba que este salto cualitativo se dio hace unos 600 millones de años, en una época en la que sólo habría virus y bacterias sobre la faz de la Tierra, pero un equipo internacional de científicos revela hoy un turbador hallazgo que pone todo patas arriba. El grupo, dirigido por Abderrazak El Albani, del Centro Nacional de Investigación Científica francés, ha hallado en un yacimiento de Gabón lo que a ojos de un profano parecen "galletas", como describen los científicos, pero son en realidad fósiles de organismos pluricelulares que vivieron hace 2.100 millones de años. Fueran lo que fueran, habitaron el planeta 1.500 millones de años antes de la explosión cámbrica, cuando se suponía que aparecieron de manera repentina los animales multicelulares.
El Albani admite que su descubrimiento genera "muchísimas" más preguntas que respuestas. ¿Por qué la evolución tardó tanto en despegar si ya había organismos pluricelulares vagando por la Tierra hace 2.100 millones de años? ¿Qué pasó en los siguientes 1.500 millones de años en los que el registro fósil está vacío? ¿Qué era aquel bicho?
De momento, se sabe poco. Los investigadores explican hoy en la revista Nature que aquellos seres medían hasta 12 centímetros y vivían en comunidades en el lecho marino, a unos 25 metros de profundidad. Han encontrado unas 250 galletas, concentradas en unos pocos metros cuadrados.

¿Animales?

"Está claro que eran animales, vegetales, algas u hongos, pero hace falta más investigación para aclararlo", señala El Albani a Público. Su hipótesis es que estos organismos nacieron tras la Gran Oxidación, hace 2.400 millones de años, cuando surgieron las primeras bacterias capaces de liberar oxígeno y la atmósfera de la Tierra se transformó. Poco después, hace 1.900 millones de años, el oxígeno cayó de manera brusca y provocó "una marcha atrás" en la evolución hacia formas de vida menos complejas. Eso explicaría el agujero en el registro fósil hasta la explosión cámbrica.
El investigador del CSIC Juan Manuel García Ruiz, director del Laboratorio de Estudios Cristalográficos, es más escéptico: "Hay que recibir estos estudios sobre el origen de la vida con cautela, porque pueden cometer errores al datar las rocas o al interpretar su morfología. Se han publicado muchos anuncios similares y luego han dado marcha atrás".
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