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5/1/10

¿Puede la ciencia dar respuestas a absolutamente todo?





¿Puede la ciencia dar respuestas a absolutamente todo?

de Genciencia


La ciencia es un mecanismo para acumular conocimiento que, aunque no alcance nunca la certeza absoluta que nos prometen las religiones, se acerca progresivamente a una mayor comprensión del mundo y de nosotros mismos.
Pero ¿hay un final en esta escalada de conocimiento? ¿La ciencia tiene vedado el paso a algunas regiones de la ignorancia? ¿La ciencia está legitimada para preguntárselo todo?
Obviamente, saberlo TODO es imposible (o altamente improbable). Por ejemplo, jamás podremos saber cuántos pelos tuvo Alejandro Magno en su cabeza. Tampoco conoceremos jamás todos los decimales de Pi. Ni todos los teoremas posibles de la geometría.
Y parafraseando a Gödel, todo sistema matemático lo bastante complejo como para incluir la aritmética contiene teoremas que no se puede demostrar si son ciertos o falsos por medio del sistema.
Detrás de expresiones rimbombantes de la física como Teorías del Todo, “sólo” se quiere decir que algún día llegaremos a conocer todas las leyes fundamentales de la física, y que quizás logremos unificarlas en una sola ecuación o en un pequeño conjunto de ecuaciones. Pero todavía quedarán muchas de preguntas sin respuestas, así que la Teoría del Todo no es una teoría de la totalidad de las cosas, en realidad.
Pero ¿está muy lejos el límite de las cosas que podemos conocer con las herramientas de la ciencia? Es difícil saberlo, sobre todo porque, a lo largo de la historia, muchos científicos han predicho que la física se hallaba cerca del final de su camino, y pocos años después se han desencadenado enormes revoluciones en el conocimiento.
Martin Gardner lo expresa así:
Muchos científicos famosos, entre los que destacan Arthur Stanley Eddington, David Bohm, Eugene Wigner, Freeman Dyson y Stanislaw Ulam, creían que el universo tenía infinitos niveles hacia abajo. En cuanto se penetra en un nivel, se abre una trampilla que da a un subsolano hasta ahora insospechado. Estos subsolanos son infinitos. Como dice el viejo chiste, hay tortugas por todo el camino de bajada. He aquí cómo expresó esta opinión Isaac Asimov en su autobiografía I: “Creo que el conocimiento científico tiene propiedades fractales: que por mucho que aprendamos, lo que queda, por pequeño que parezca, es tan infinitamente complejo como el todo por el que empezamos. Ese, creo yo, es el secreto del universo” En dirección contraria puede darse una infinitud similar. Nuestro universo podría formar parte de un multiverso, que a su vez formara parte de un multi-multiverso, y así hasta el infinito. Como en una de las fantasías de H. G. Wells, nuestro cosmos podría ser una molécula en un anillo colocado en una mano gigantesca. Y aun si el universo fuera finito en ambas direcciones y no existieran otros mundos, ¿habría cuestiones fundamentales que nunca se podrían responder? Basta con pensarlo un poco para contestar que sí.


El problema de responder a todas las preguntas del universo es que nosotros vivimos en ese mismo universo. El sistema no puede saber cómo es el sistema si está dentro de ese mismo sistema.
Por ejemplo, resulta incongruente conocer la posición, velocidad y energía de todas las partículas del cosmos si los instrumentos que empleamos para hacerlo también están compuestos de esas mismas partículas.
De nuevo Martin Gardner:
Supongamos que en algún tiempo futuro se desarrolla una Teoría de Todo que incluya todas las leyes y constantes básicas. La explicación consiste en encontrar una ley general que explique un hecho o una ley menos general. ¿Por qué la Tierra gira alrededor del Sol? Porque obedece las leyes de gravitación. ¿Por qué hay leyes de gravitación? Porque, según reveló Einstein, las grandes masas distorsionan el espacio-tiempo, haciendo que los objetos se muevan siguiendo trayectorias geodésicas. ¿Por qué los objetos siguen trayectorias geodésicas? Porque son las rutas más cortas a través del espacio-tiempo. ¿Por qué los objetos toman las rutas más cortas? Aquí nos tropezamos con un muro de piedra. El tiempo, el espacio y el cambio son aspectos de la realidad que vienen dados. No se puede definir ninguno de estos conceptos sin introducir el concepto en la definición, de modo que, como dicen los físicos, son “incomprimibles” en conceptos más básicos. No son meros aspectos de la conciencia humana, como suponía Kant. Están “ahí afuera”, independientemente de usted y de mí. Pueden ser inconocibles en el sentido de que no hay manera de explicarlos incluyéndolos en leyes más generales.
La escalada de preguntas sobre preguntas es infinita, hasta que finalmente salimos del propio sistema que estamos tratando de descifrar. Y entonces nos encontramos fuera del universo. Pero ¿qué hay fuera del universo? Presumiblemente, nada. Pero en ese vacío “exterior” deben de existir, al menos, leyes cuánticas que pudieran fluctuar para desencadenar el Big Bang. ¿Y por qué hay leyes cuánticas? ¿Dónde están esas leyes?
Tal y como decía Stephen Hawking: ¿Por qué el universo se toma la molestia de existir? Es una pregunta sin respuesta. Al meditar sobre ella, se induce lo que William Jamesllamaba “mareo admirativo ontológico”. Jean-Paul Sartre lo concretaba en una sola palabra: “náusea”.
Quizá el problema epistemológico esté en la estructura interna de nuestro cerebro. El cerebro de un chimpancé es incapaz de entender la filosofía de Kant (y también mucho de nosotros, admitámoslo). Entonces, ¿un cerebro construido de otra forma sería capaz de captar verdades sobre el universo que ahora están lejos de lo que es capaz de hacer nuestra circuitería neuronal?
Pero ¿un cerebro diferente sería capaz de resolver la pregunta eterna de qué hay más allá, cuál es la explicación de esta explicación? Si la ciencia llega, inevitablemente, a muros insolubles, ¿es una mente diferente la que asumirá estos muros y reelaborará sus preguntas para que tengan una “lógica” que ahora no tienen?
En otras palabras, ¿importan tanto los datos como las interpretaciones que demos a esos datos?
Hay más barreras a las preguntas que podemos plantearnos sobre el universo, y a las respuestas que pueden proporcionamos. Son barreras impuestas por la naturaleza misma del conocimiento, no por la falibilidad humana o por las limitaciones técnicas. A medida que sondeamos a más profundidad en las estructuras lógicas entrelazadas que mantienen la naturaleza de la realidad, podemos esperar encontrar más resultados de ésos que ponen límites a lo que se puede saber. En último término, podemos descubrir incluso que su totalidad caracteriza al universo con más exactitud que el catálogo de las cosas que podemos saber.
Quizá lo que no podamos saber es más revelador de lo que podemos saber. Quién sabe. Hay opiniones para todos los gustos. Lo que resulta más o menos incontrovertible es que hay una serie de preguntas para las que la ciencia, según los expertos, jamás se encontrará respuesta.
Las enumeraremos ponderadamente en una siguiente entrega de este artículo.
Como corolario de las limitaciones epistemológicas de la ciencia, es hora de ir a los casos prácticos. ¿Qué hazañas asumen generalmente los científicos que jamás se alcanzarán? ¿Qué es imposible de conseguir aunque la ciencia avance 1.000 años? ¿Qué es lo que nunca se podrá resolver?
1.Nunca se podrá llegar al cero absoluto. Es decir, -273,15 grados centígrados. Dos son los fenómenos que impiden alcanzar esta temperatura. El primero es que los gases, al enfriarse, se contraen hasta un punto límite en el que su volumen es cero. Este punto es precisamente la temperatura de -273, 15 grados bajo cero. El segundo fenómeno es que la temperatura se considera una consecuencia del movimiento de las moléculas de un cuerpo. Al aproximarnos al cero absoluto, se supone que todo movimiento va desapareciendo y las moléculas tienden al estado de reposo.
Así pues, se precisaría de una cantidad de tiempo y de energía infinitos para alcanzar el cero absoluto. Un equipo de la Universidad de Helsinki consiguió hace un tiempo el máximo acercamiento a esta cifra, pero se quedó a 3 diezmilmillonésimas de grado del cero absoluto.
2. Nunca se podrán hacer predicciones exactas sobre el futuro. Olvidaos de las bolas mágicas o de los expertos en economía que se atreven a profetizar qué pasará con el mercado en unos años. Todos se equivocan o aciertan por casualidad. Esto ocurre gracias a la teoría del Caos: cualquier acontecimiento está condicionado por una cantidad ingente de influencias diferentes, y sólo un cambio minúsculo en cualquiera de ellas podría afectar drásticamente el curso del futuro.
3. Nunca se podrán leer algunos códigos secretos. Aunque la potencia informática crece a una velocidad inimaginable, aunque hay ordenadores capaces de vencernos en una partida de ajedrez, lo cierto es que hay encriptaciones que se resisten a cualquier descifrador. En 1949, el científico americano Claude Shannon demostró que, por debajo de cierta longitud de texto, simplemente no hay suficiente información que pueda utilizar el descifrador para hacer sus suposiciones e investigaciones.
4. Nunca se podrá hacer una bola de papel perfecta. A pesar de que el papel parecer una material capaz de adoptar las formas más increíbles gracias a los más avezados expertos en papiroflexia, nadie podrá nunca modelar una esfera sin terminar con muchos cortes, pliegues y arrugas. Se podría hacer trampa construyéndola con millones de cuadrados diminutos pegados entre sí, pero no sería una auténtica esfera pura, no sería intrínsecamente curva.
La diferencia entre la curvatura real y la aparente fue probada por primera vez por el matemático alemán Carl Friedrich Gauss, hace más de 150 años. La teoría de Gauss de la geometría diferencial está en la relatividad general, que contiene la clave del universo.
Sin abandonar el papel, nunca se podrá doblar una hoja de periódico cien veces sobre sí misma. Un objeto así sería tan grueso como todo el Universo conocido.
5. Nunca se podrá encontrar el kilómetro cero del Universo, su centro, el lugar desde el cual se alejan todas las galaxias. Estéis donde estéis, siempre veréis galaxias alejándoos de vosotros a toda velocidad. Así pues, ¿dónde está el centro del Big Bang, de la explosión que lo generó todo? La respuesta es: en todas partes. Para imaginar mejor algo así hay que concebir la expansión del universo como un globo inflándose, con las galaxias como monedas diminutas pegadas a la superficie. Cada moneda parece entonces estar alejándose de las demás. El Big Bang sería como el aire insuflado por nuestra boca para hinchar el globo. En este modelo del universo como globo, por supuesto, la piel bidimensional del globo representa las tres dimensiones del espacio.
6. Nunca se podrá conseguir una democracia perfecta, diseñar un sistema de votación completamente justo y racional. Ello lo demostró matemáticamente en 1972 el economista norteamericano Kenneth Arrow, obteniendo así el Premio Nobel. Así pues, dejad de plantearos si son mejores los métodos de repartición de escaños por circunscripciones (el español) o la representación proporcional (que da más oportunidades a las minorías, aunque la voz de las minorías también pueden ser nocivas, como la de los neonazis).
7. Nunca se podrá dibujar un mapa que necesite más de 4 colores para distinguir dos países vecinos cualesquiera. Aunque se intentó desde 1851, cuando se señaló esta característica de los mapas políticos, nadie lo consiguió. Quedó totalmente probado gracias a los matemáticos Wolfgang Haken y Kenneth Appel, cuando en 1976 combinaron un revoltijo de los intentos pasados con un superordenador.
Vía | Muy Interesante Vía | ¿Tenían ombligo Adán y Eva? de Martin Gardner