Un pan con unas tortas (de biodiesel)
Por Jorge Alcalde
Se acerca el 2008 y con él llegará a los motores la última revolución "verde": la generalización de los biocombustibles. Si se cumple lo previsto en el Plan de Energías Renovables que el Gobierno gestó en 2005 (y no termina en el sonado fracaso que supuso el anterior), a partir del año que viene los coches españoles empezarán a incorporar biocombustibles (bioetanol y biodiesel en concreto) mezclados con sus carburantes habituales. |
Al bioetanol y el biodiesel se les conoce como los combustibles verdes y no son pocos los que auguran una nueva generación de medios de transporte más amigables con el entorno y el clima gracias a ellos. Sin embargo, estos carburantes verdes tienen una cara negra, y esta semana una noticia de la prestigiosa revista Science ha vuelto a sacarla a la luz.
Tres científicos de la Universidad de Leeds, en el Reino Unido, han decidido poner a prueba la efectividad de estos combustibles en uno de sus usos propuestos: la reducción de emisiones de CO2 a la atmósfera.
Existen múltiples estrategias políticas y científicas que se pueden escoger para reducir estas emisiones y la elección no es ni mucho menos fácil. Aparte de los condicionantes técnicos, hay muchas variables sociológicas, económicas y comerciales que deben tenerse en cuenta. Los autores de este informe han decidido centrarse en las dos estrategias de recorte de emisiones que parecen más aplaudidas. El uso de biocombustibles a gran escala y el aumento de la masa boscosa para "secuestrar" carbono de la atmósfera.
La primera idea se basa en la obtención de carburantes como el etanol o el diesel a partir de la fermentación de cultivos como el maíz, la remolacha o el trigo. La segunda consiste en reforestar el planeta con el fin de que la masa biológica vegetal absorba grandes cantidades del CO2 que emite la actividad humana a la atmósfera.
Dado que el suelo es un bien escaso y valioso y que ambas estrategias exigen el uso de grandes extensiones (bien para el cultivo o bien para la reforestación), los autores del trabajo han decido evaluar la relación entre el coste en área cultivada y el efecto en CO2 reducido de los dos planteamientos estratégicos en un periodo de 30 años vista.
Con estas premisas, los datos obtenidos han sido apabullantes. Para conseguir que el 10% de los combustibles consumidos fuera ecológico, sería necesario utilizar el 38% de la tierra de cultivo en Europa y el 43% en Estados Unidos exclusivamente para la producción de "gasolina". Dado que este modesto objetivo del 10% no puede ser asumido con las existencias actuales de tierra de cultivo (imagínense emplear de más de un tercio del maíz, la remolacha o el trigo de un país para quemarlo en los motores de los coches), sería imprescindible deforestar grandes extensiones de bosque y convertirlas en fincas de producción de combustible.
El resultado sería, según este estudio, paradójicamente antiecológico. La supuesta reducción de CO2 obtenida por el aumento del uso de biocombustibles no compensaría el aumento de CO2 que se produciría por la pérdida de árboles. En concreto, la reforestación de un área determinada de terreno es capaz de absorber de dos a nueve veces más dióxido de carbono que las emisiones que se evitarían si ese mismo terreno se empleara en la producción de vegetales para su transformación en combustibles verdes.
En otras palabras, con la moda de lo bio podríamos estar haciendo un pan con unas tortas. Según el informe, "si el objetivo principal de las políticas de incentivo del biofuel es la mitigación de las emisiones de CO2, los políticos deberían saber que es más aconsejable a corto plazo dedicarse a aumentar la eficacia de los combustibles fósiles actuales y conservar y restaurar las extensiones existentes de bosque y pradera".
Para colmo, la política intensiva de fabricación de biocombustibles puede tener otros efectos perniciosos. Un informe reciente de la ONU alertó de que la fiebre de lo bio puede derivar en un aumento de la deforestación, la expulsión de pequeñas poblaciones de agricultores de sus tierras y la generación de hambrunas transitorias cuando los recursos de los cultivos hayan de utilizarse para alimentar a humanos y máquinas por igual. Como suele suceder con las grandes ideas de los ecologistas, los primeros afectados serán los países más pobres: mientras las grandes compañías energéticas afilan ya los mimbres de su próximo negocio (la gasolina amiga del medio ambiente) el difícil equilibrio entre la tierra y el hombre en las regiones más desfavorecidas tendrá una nueva fuente de desestabilización.
En nuestro mundo, las cosas no son tampoco nada halagüeñas. En el caso español, por ejemplo, habría que contabilizar los costes derivados de la dependencia energética. Según datos de la Asociación Española de Operadores de Productos Petrolíferos, España tendría que importar tres cuartas partes de la materia prima necesaria para abastecernos de biodiesel y bioetanol. Por cierto, esta materia llegará a nuestro país por mar, en gigantescos barcos propulsados por fuel.
En definitiva: que en esto de defender al planeta de la pérfida huella del hombre uno no sabe a qué atenerse, porque no es oro verde todo lo que reluce